lunes, 29 de diciembre de 2008

Gaspar de la Noche

Tengo que agradecer a Augur Libros (y, en especial, a Óscar Curieses) que hayan querido contar conmigo para prologar uno de los primeros títulos de su colección, la Carta al general Franco de Fernando Arrabal, un texto que, más allá de su indudable valor testimonial, es un interesante ejercicio de escritura, que nos hace preguntarnos qué ha quedado de la dictadura en la sociedad española después de casi cuarenta años en los que el país vivió bajo un régimen autoritario.

Otro de los títulos con los que se abre el catálogo de la nueva editorial es el Gaspar de la Noche de Aloysius Bertrand. Me parece un acierto haber elegido una obra actualmente de difícil acceso para el lector hispanohablante: la traducción de Marcos Eymar permite acceder a un libro que, para muchos, supone el inicio del poema en prosa (habría tal vez quien lo situara en las secciones en prosa de los Himnos a la noche de Novalis, pero no importa tanto el hecho de quién inició el género como que en autores como Novalis o Bertrand hay un deseo de tender puentes entre ambas formas de escritura, lo que en definitiva supone abrir los diques a una libertad creativa demasiado tiempo anclada por la excesiva obediencia a géneros y formas canónicas). Los románticos quisieron que la vida se convirtiera en poesía pero, cuando la poesía quiere transformar a la vida a su imagen y semejanza, finalmente es la impura vida la que contagia a la poesía. De ahí que el poema en prosa pueda aunar los registros más variados, los temas y los estilos más diversos.

Si la vida fuera como la poesía, la poesía sería superflua. Porque existe esa prosa de la vida, de la que hablaba Hegel, la poesía no lo es.

He aquí un fragmento del Gaspar de la Noche en la traducción de Eymar (el libro se presenta este lunes 29 de diciembre a las 19'00 h en La Central, en Madrid):

PADRE PUGNACCIO


Roma es una ciudad donde hay más esbirros que ciudadanos, y más frailes que esbirros.
Viaje a Italia.

Quien ríe el último ríe mejor.
Refrán.


El padre Pugnaccio, con el cráneo asomado por debajo de la capucha, subía las escaleras de la cúpula de San Pedro, flanqueado por dos beatas envueltas en sus mantillas, y se oía a las campanas y a los ángeles reñir en el cielo.
Una de las beatas -la tía- recitaba un ave maría por cada cuenta de su rosario; la otra -la sobrina- miraba de reojo a un apuesto oficial de la guardia del Papa.
El fraile murmuraba a la vieja señora: "Donad a mi convento." Y el oficial deslizaba a la muchacha una carta de amor perfumada de azmicle.
La pecadora se secaba unas cuantas lágrimas; la ingenua se ruborizaba de placer; el fraile calculaba mil piastras al doce por ciento de interés; y el oficio se atusaba el bigotillo en un espejo de bolsillo.
¡Y el diablo, agazapado en la amplia manga del padre Pugnaccio, se reía burlón, como Polichinela.


(A. Bertrand, Gaspar de la Noche. Augur Libros, 2008).

1 comentario:

camaradeniebla dijo...

el gaspar es un libro formidable, puro surrealismo del pasado, que dijo Breton.
Y Marcos Eymar es un genio.