viernes, 2 de octubre de 2009

Crítica literaria: exploradores y agentes inmobiliarios

Recientemente en el diario El País Muñoz Molina distinguía entre un periodismo cultural que abría nuevas perspectivas al lector y otro periodismo, desgraciadamente demasiado frecuente, que se contenta con ser la prolongación de los escaparates de novedades de las grandes superficies (el primer tipo no abunda en la prensa española y, aunque Muñoz Molina no lo diga aunque tal vez lo piense, tampoco en el citado periódico). A mi modo de ver, la tendencia al segundo tipo de crítica se da en la prensa escrita pero sobre todo, comienza a tener un peso preocupante en los medios audiovisuales. Un triste ejemplo lo encontramos en los otrora excelentes programas culturales de Radio Nacional, que, en un intento por evitar el sambenito de elitista o minoritario que suele colgarse a tales espacios, está optando por rebajar los contenidos y por adoptar un aire falsamente juvenil, equívocamente popular, en el que vale tanto el último best-seller como la obra madurada despacio (a este cambio no han sido ajenas las prejubilaciones, a menudo forzosas, de no pocos profesionales de valía).
El crítico debería ser un explorador, que nos invita a conocer territorios desconocidos y que, cuando se adentra en tierras ya exploradas, nos descubre parajes ignorados, lugares por los que pasamos sin prestarles atención y que la labor crítica nos conmina a mirar de nuevo. En cambio, a menudo el crítico es un agente inmobiliario empeñado en enseñarnos un lote de parcelas, en vendernos un piso ya amueblado, decorado con el mismo aire impersonal que el resto de los pisos que tiene en su catálogo. Este segundo tipo de crítico pretende a menudo estar más cerca del lector y mira con sospecha a los exploradores, a quienes acusa de ignorar el gusto de las mayorías. Disfrazado con un ropaje democrático, el crítico inmobiliario se erige en portavoz de los lectores normales, en realidad normalizados por el mercado. Toda crítica seria debería ser un intento de oponer una lectura propia, desde la razón y la emoción, a los dictados del poder, del poder económico y del poder literario, del poder del arte como institución y del arte como mercado. El crítico inmobiliario actúa como eco de las listas de los más vendidos pero a menudo elige un aire más intelectual y trabaja como funcionario de los prestigios ya asentados, de la nómina de intocables, de quienes siempre encontrarán elogios con independencia de lo que escriban. El crítico inmobiliario, como el lector pasivo, evitan a todo trance la intemperie de la obra. Quizá en secreto el crítico inmobiliario sospecha lo que sabe el crítico explorador: el riesgo que supone toda obra verdaderamente grande, la de dejarnos sin palabras.

1 comentario:

Miguel Angel Gara dijo...

Totalmente de acuerdo José Luis. Me da la sensación sin embargo que están cambiando muchas cosas a velocidad de vértigo. Veremos qué y cómo.
Un abrazo