domingo, 18 de julio de 2010

Totus mundus agit histrionem

Aprovechando el sueño de los justos de las vacaciones estivales, la Comunidad de Madrid ha decidido recortar en 1500 profesores la plantilla para el año que viene en los centros públicos. A menudo da la impresión de que, para los poderes que nos gobiernan y para buena parte de la sociedad que los sostienen con sus votos, la labor principal de los centros públicos es mantener a los alumnos ocupados (no importa demasiado en qué) de lunes a viernes. El contenido de las clases o la forma de impartirlas resultan cuestiones secundarias ante la urgencia de mantener abiertas una especie de guarderías para adolescentes, en las que de paso aprendan la disciplina de un horario y de ciertas normas, útiles para ser piezas de intercambio en un mercado de trabajo que cada vez disimula menos su pretensión de ser la razón última de la paideia moderna.
De igual manera, la cultura suele ser para esos mismos poderes un barniz ideológico, una pátina de prestigio, con su pequeña dosis de idealismo y otro tanto de inocua subversión. Sobre ello nos invita a reflexionar el excelente montaje de El arte de la comedia de Eduardo de Filippo que la Abadía representa estos días en Madrid, en el Teatro Español. Para enfrentarse al juego de máscaras del poder, Filippo nos propone recurrir a las mismas armas: a lo largo de la obra asistimos a la hilarante perplejidad de un gobernador, incapaz de saber a qué comedia asiste, si a la del teatro o a la de la vida. Totus mundus agit histrionem.

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