sábado, 1 de marzo de 2014

Cuentos con la boca



 El niño (tres años) pide (más bien: exige) todas las noches cuentos a sus padres. El niño distingue, sin posibilidad de error, dos tipos de cuentos: los que se leen en un libro y los que se cuentan con la boca. Obviamente, los primeros también se cuentan "con la boca" porque el niño no sabe leer y es su padre, su madre, quien descifra (o más bien, inventa) los signos misteriosos sobre el papel. Sin embargo, el niño tiene bien clara la distinción: los que se cuentan con la boca no necesitan de ningún instrumento, de ninguna varita mágica llamada libro, sino que surgen milagrosamente de la voz de los padres, que a menudo no hacen sino obedecer las instrucciones del hijo: cuéntame un cuento de un niño que se encontró con un oso polar y con un gato y...
 Al leer los ojos tienen todo el protagonismo, que en la escritura comparten con la mano (también el nervioso golpear de los dedos en el teclado del ordenador es un hecho físico, aunque a menudo lo olvidemos, llevados de aquí para allá por tanta marea virtual). Y, sin embargo, qué poco pensamos en la boca. Pero de ella viene todo lenguaje. La boca que habla, que mastica, que muerde, que mama, que besa, que insulta, que escupe. La boca que calla. La boca que nos recuerda que es el cuerpo el que lee, el que escribe, el que presta su frágil andamiaje al cuento o al poema. Desde luego, la escritura, como dijo Leonardo de la pintura, es "cosa mentale". Y sin embargo, también es un asunto material, del cuerpo, como saben los niños que se dejan abrazar, acariciar por las palabras como por los brazos de los padres. Es hermoso pensar que en español la palabra "lengua" designa a la vez el idioma y ese músculo que se agita en la caverna prehistórica de la boca, ese molusco enigmático que teje sus signos en la oscuridad de la especie. 
 Verbo que no se hizo carne: ya era carne.
 

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