viernes, 7 de abril de 2017

Cine y aulas


  Junto con otros profesores, estoy trabajando con mis alumnos adolescentes algunos textos de Usos amorosos de la postguerra española de Carmen Martín Gaite (con la idea también de que entrevisten a sus abuelos sobre sus recuerdos de juventud). La semana pasada se me ocurrió llevar a clase algunos fragmentos de El pisito de Marco Ferreri y de El verdugo de Luis García Berlanga. No me sorprendió comprobar que ninguno tenía la más remota idea de la existencia de dichas películas. ¿Cómo las iban a conocer? ¿En una televisión en la que parece que el número de canales disponibles es inversamente proporcional a la diversidad y calidad de sus contenidos? ¿En sus casas, con sus familias, cuando buena parte de los españoles adultos desconoce casi por completo la historia de nuestro cine? ¿En las aulas, donde no hay una asignatura específica en la que se trabaje la creación cinematográfica y su historia y en las que la educación artística ha quedado reducida, gracias a las últimas reformas educativas, a su mínima expresión?
 Que nadie me diga que en Internet está todo (lo que no es verdad). Nadie busca en Internet lo que no sabe que existe. Nos movemos entre tópicos absurdos como el de los supuestos "nativos digitales", quienes muchas veces no saben discriminar el valor real de una información en la red. Así, hemos dado por sentado que las generaciones actuales beben, sin intermediarios, de una cultura audiovisual, en la que se supone que se mueven como pez en el agua. El problema está en a qué llamamos cultura audiovisual. La falta de una educación de la mirada (y del oído, pero ese es otro cantar) ha hecho que muchos jóvenes sientan profundamente extraña la gramática no ya de un Tarkovky, un Antonioni, un Ozu o un Godard, sino también la de Chaplin, Hitchcock, John Ford o García Berlanga. 
 Uno está harto de oír hablar de la muerte de la poesía, de la novela, del teatro. Pudiera ser que el cine, ese arte tan joven y que tan pronto se hizo adulto, comenzara a mostrar los síntomas de una especie de infantilismo senil. No falta quien afirma que el cine, que nació como un espectáculo de feria, está retrocediendo, de la mano de los efectos especiales y del diseño por ordenador, hasta sus primeros balbuceos (eso sí, sin la gracia y la frescura de un Méliès). Ninguna manifestación artística parece haber recorrido tan rápido, y con tanta urgencia, las fases de nacimiento, juventud y vejez (si es que la analogía con las edades del ser humano es realmente válida en este caso). Por supuesto, hoy se siguen haciendo películas de calidad (con o sin alardes tecnológicos), películas inteligentes que amplían nuestro horizonte, esto es, que hacen mundo (no es otra la labor de todo arte). La cuestión es si estamos educando a los jóvenes para acceder a estas películas. ¿Les estamos dando herramientas para hacer suyo ese cine? Yo creo que no.  

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